Ser padres.

 Ser padres, qué difícil.  Difícil porque daríamos la vida por nuestros hijos, porque supieran el inmenso amor que brota de nuestra alma y corazón hacia ellos, pero que no entenderán hasta que lleguen a vivir lo que hemos vivido los padres durante varias décadas de serlo.  Los traemos al mundo para cuidarlos, quererlos, educarlos e intentar hacer de ellos unos buenos seres humanos, pero llega un momento en la vida que tenemos que soltarlos para que sean independientes, debemos darles alas para que vivan sus propias vidas y sean esos seres humanos que alguna vez fuimos nosotros. Son ciclos de la vida por los que todos tenemos que pasar y soltar el apego que nos une. Difícil, sí y mucho. Pero la vida va de eso, de liberar lo que creemos nuestro  pero no lo es porque son (somos) hijos de la vida. Las madres somos un canal para traer vida al mundo, somos magia y nadie, que no sea mujer, puede entender esa magia de procrear, de crear una vida en nuestras entrañas. Por eso nos creemos dueñas de ellos, nuestros hijos, pero no lo somos. Somos un conducto hacia la vida y tenemos que aceptarlo, así nos duela en el alma. Este post es para liberar a mis hijos, mis mayores logros de esta vida. Por lo que vine a este mundo, ser madre y aprender a través de ellos que la vida va de individualismo. Que nacemos y morimos solos. Qué nadie nos cuida mejor que uno mismo. Qué la vida va de aceptar que nadie, absolutamente nadie es dueño de nadie . 

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